miércoles, 25 de marzo de 2009

MAMMA MÍA


El trabajo de aquel día se presentaba como el de otro cualquiera. Incluso más tranquilo de lo normal: sin desplazamientos a la carrera de un lado para otro en esta ciudad desquiciada que es Madrid, frente al ordenador y ordenando papeles.

Pero, de repente, en el correo, llegó un tesoro. Abrí el paquete e inserté el DVD, rotulado con un sencillo “ATENPACE. MAMMA MÍA”, en la unidad de la CPU.

El vídeo comenzaba con la apertura de telón en un teatro. Al principio, unos rótulos daban la bienvenida al público, con frases simpáticas como ésta: "Se recuerda a los espectadores que ciertos números pueden herir la sensibilidad de la vista por su alto grado de lentejuelas y purpurina." O "¡Agárrense a sus butacas y bailen!".
Poco después, los primeros acordes del musical de ABBA daban paso a los artistas. Una hora y diecisiete minutos más tarde, me percaté de que no había dejado de llorar durante todo ese tiempo.

Mis lágrimas no eran por aquellos chavales en sillas de ruedas, aquejados de parálisis cerebral en algunos casos muy grave. Quien conviva o haya conocido la discapacidad en alguna ocasión lo comprenderá perfectamente, mucho más allá del sentimiento lastimero de quien nos mira de lejos.

Lloré por la ilusión, la emoción y los nervios de los chavales, reflejados en los gestos de sus brazos y en sus rostros.

Lloré por el esfuerzo y la dedicación de profesores, monitores, logopedas, fisioterapeutas, enfermeras y personal del colegio, que movían las sillas de ruedas al son de la música. Y por toda la parte técnica (luces, sonido, atrezzo) que nunca se ve pero que supone un porcentaje alto del éxito en cada espectáculo.

Lloré por el espléndido y deslumbrante vestuario, trabajado lentejuela a lentejuela.

Lloré por los gritos de ánimo, bravos, palmas y aplausos de padres, familiares y amigos de l@s chic@s sobre el escenario.
Lloré porque las imágenes ofrecían gestos de cariño a espuertas.

Que nadie se confunda: eran lágrimas de alegría y emoción, no de tristeza. Porque frente a la cicatería de los políticos, la burrocracia (ver post anterior) o las empresas que prefieren patrocinar eventos de golf, siempre habrá gente como ésta: profesionales que -a cambio de un sueldo mucha veces mísero- se dejan la piel y muchas horas de su vida por una sonrisa y la ilusión de sus chic@s. Porque, con su esfuerzo, hacen realidad lo que las familias ya sabemos: el apoyo y los recursos adecuados pueden superar infinidad de barreras.

Contacté con Nina –la protagonista del otro musical- y prometió visitar ATENPACE cuando pasara por Madrid. (Me gusta mucho su frase de bienvenida: “Nos movemos porque sentimos y sentimos porque nos movemos”).
Algún lector de este blog me ha dicho que lloro demasiado, como su madre. Espero tener algún día las autorizaciones (la foto que encabeza este texto las tiene) de los padres para colgaros el vídeo de uno solo de los números del espectáculo. Y que tire la primera piedra el que sea capaz de aguantar.

Gracias, Javier Fontenla, por ese inmenso regalo que me llegó una mañana cualquiera de trabajo.
P.D.: Ya podéis ver uno de los números musicales en http://www.youtube.com/watch?v=pS3ng4MEyvg&feature=channel_page