jueves, 21 de mayo de 2009

A JUAN Y MARÍA



Únicamente aquellos que evitan el amor pueden evitar el dolor del duelo. Lo importante es crecer, a través del duelo, y seguir permaneciendo vulnerables al amor.
JOHN BRANTNER


La pérdida de un hijo es algo brutal, un atentado terrorista contra el orden natural de las cosas. El diccionario acoge palabras como ‘orfandad’ o’ viudez’, que designan el estado de los que han perdido a sus progenitores o a su pareja. Pero no encuentra forma humana de definir lo primero. Porque es inhumano.
Juan y María han perdido a Virginia. ¿Perdido? Tampoco me gusta esta palabra. Prefiero pensar que se han despedido de ella temporalmente. Mi fe no tiene nada que ver con la que promulga la iglesia católica, aunque compartimos el dogma del Amor. Es mi asidero perfecto para no demenciarme.
El quirófano que tantas veces había salvado el corazón de Virginia, su vida, se la llevó por última vez a sus doce años.
Estaba trabajando fuera de Madrid cuando las chicas de MENUDOS CORAZONES me llamaron para comunicarme la noticia triste. Y la persona que estaba a mi lado exclamó al enterarse:
-“¡Estás rodeada de dolor!”
-“No te equivoques” –pensé- “Estoy rodeada de Amor”.
¡Qué poco conocen nuestras vidas aquellos alejados de niños tan especiales como lo fue Virginia o es mi hijo Javier!
Me ratificaron en mi convencimiento la abarrotada iglesia donde se celebró el funeral de Virginia. No “por Virginia”, como aclaró muy bien el sacerdote que ofició la ceremonia: los niños no necesitan que recemos por ellos, porque sus almas son aún puras.
Por una vez, me reconcilié con el rito religioso. La homilía no consistió en la habitual sarta de frases hechas que, por mil veces repetidas, suenan huecas. En esta ocasión, eran las palabras que Juan y María habían escrito sobre su hija, una criatura luchadora, que quiso y fue querida por todos los que se congregaron aquella tarde: amigos, familiares, otros niños con dolencias similares a la suya, padres, abuelos…
Me consta que Juan y María tienen esa fe que tanto envidio en los momentos difíciles (absurdo adjetivo que tampoco alcanza a describir su realidad). Pero también sé que, en el Amor que Virginia irradiaba, encontrarán el mejor bálsamo para seguir viviendo. Como lo hará María en su lucha por los niños con cardiopatías congénitas y sus familias.
He visto en mis padres que ese dolor de entrañas arrancadas no cesa con el paso del tiempo: es el Amor lo que nos permite convivir con él. Ellos perdieron a dos de sus tres hijos, mis hermanos Carlos y Javier. Les echamos de menos cada día de nuestras vidas. Y esa añoranza nos une en nuestro cariño aún más.
Me abracé a María aquella tarde para musitarle al oído que seguirá contando conmigo siempre que lo necesite. Ella me respondió un sincero y emocionado “Gracias por venir”.
Gracias a ti, María, por darme la oportunidad de participar en esa celebración de Amor.





3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi sobrina se llamaba Lucia. Nació el 15 de septiembre de 2006, segunda hija de mi hermana, mi clon espiritual.
Nació palida y delgada, vino antes de tiempo. Ductus y Comunicación Interventricular en el contexto de un SD de Edwars que nos sumió de gris el horizonte. Palabras...
Lucia se parecia a mi madre. Era tan luchadora que por momentos se nos olvidaba que lo tenia todo en contra. Tambien quise agarrarme a algo, pero mi fé catolica no se despertó, ni entonces ni nunca. Me agarré a la fuerza del Amor. Y la amé.
Se nos fue. Y el dolor indescriptible, gigantesco, el vacio, la negrura.
A nuestra Lucia la despidió poca gente. Mi hermana bloqueada y silenciosa.
Aun hacia frio, enero 2007. Sus cenizas se fundieron en el Estrecho de Gibraltar, mi padre y yo llorando, Lucia para siempre en el alma.
Por eso me acerco a Juan y María desde la distancia, tan cerca de ellos. Por Virginia.

Esperanza, desde el Estrecho testigo de tantos adioses.

Yoly dijo...

Hola Amparo, hoy conozco tu Blog y pues leo tu post sobre Virginia. No me puedo imaginar el perder un hijo. Tal vez la gente piensa que cuando uno tiene un hijo con alguna enfermedad que atenta contra su vida los padres ya están preparados para su partida. Un padre nunca puede estar preparado para perder un hijo por más enfermo que esté.

Yo tengo un hijo de 8 años que tiene un diagnostico de Autismo, y también llevo un blog. Somos de Puerto Rico y a través del espacio cibernetico he podido conocer muchas familias con hijos con necesidades especiales. Y es a través de otros Blogs donde he encontrado el apoyo y amistad que muchas veces no encontramos en nuestras propias familias.

Espero seguir visitádolos y pues añadiré a Javier dentro de la lista de mis superheroes de mi Blog. Así les llamo a todos los chicos con necesidades especiales, superheroes pq eso son para mí. Chicos con gran valentia, que luchan día a día por salir adelante. Por cierto, mi chico se llama Francisco Javier y le decimos Javier o Super J.

Abrazos desde Puerto Rico.

Ana Pastor dijo...

Sin conocerlos he llorado. No puedo ni quiero imaginar su dolor. El amor a los hijos es el único sentimiento puro, verdadero, constante e intenso que aumenta día a día y aunque estes enfadado nunca decae.
Mil besos a Juan y María